La alimentación durante la gestación 

La alimentación de la mujer embarazada no difiere de la de cualquier persona que goce de buena salud, y el control de la dieta debe ser entendido como una reeducación alimentaria eventual, y no como una restricción. 

Una dieta equilibrada asegura a la madre, no sólo la energía y los nutrientes que precisa para mantenerse sana, sino también las sustancias necesarias para permitir la formación de los tejidos del embrión y del feto, así como cubrir el aumento de la necesidad energética para llevar adelante el embarazo y la lactancia. 

Durante la gestación es conveniente aumentar el aporte calórico de la dieta en unas 200 calorías al día, lo cual es equivalente aproximadamente al 10% de las necesidades energéticas de la mujer en condiciones normales. Conviene tener en cuenta que, en general, no es necesario "comer más", al menos durante la primera mitad del embarazo, ya que estas 200 calorías demás que se necesitan diariamente suelen estar cubiertas con creces, teniendo en cuenta el sedentarismo y la alimentación propios de la vida moderna. Es más, si la paciente inicia el embarazo con sobrepeso, puede ser interesante que estas calorías extra se obtengan del consumo de las grasas almacenadas. 

En general, durante el embarazo se calcula una mayor necesidad de proteínas (15%), calcio y fósforo (50%, ácido fólico (100%) y vitamina D (300%). Pero esto no significa necesariamente que sea preciso recurrir siempre al consumo de suplementos farmacológicos que contengan estas vitaminas y minerales, salvo consejo médico. En muchos casos basta seguir una alimentación adecuada para satisfacer las necesidades de la gran mayoría de los elementos necesarios. Quizá la clave está en la variedad. La gestante debe procurar comer de todo y únicamente debe restringir y tener cuidado con aquellos alimentos que son extremadamente energéticos, y que aportan pocos recursos alimenticios, tales como los refrescos, los dulces, los pasteles, los aperitivos (tipo patatas fritas, galletitas saladas, etc.). No deben faltar nunca lácteos, carnes (preferiblemente de ave, frente a la carne roja, para no incrementar las cifras de colesterol), pescado (sobre todo los azules, muy ricos en unos lípidos esenciales para el feto), huevos, cereales y aceite de oliva. Se debe procurar aumentar el consumo de frutas, verduras, ensaladas y legumbres, que, además de aportar un gran número de vitaminas y minerales, son una fuente preciosa de fibra, que ayudará a mantener el ritmo intestinal adecuado, y todo ello con una tasa de aporte calórico muy bajo. 

Están contraindicadas las dietas rigurosas y sobre todo las monótonas. Hay que tener cuidado con las mujeres vegetarianas estrictas, que deben enriquecer su dieta con suplementos de hierro, proteínas y vitaminas. 

Es recomendable evitar el consumo de carnes y pescados crudos o poco cocidos, así como embutidos no industriales, para reducir el riesgo de contraer toxoplasmosis (infección transmitida fácilmente por estos alimentos, que si con se contrae durante el embarazo puede producir efectos negativos sobre el embrión o el feto) o el anisakis. 

En relación con las bebidas, se deben evitar aquellas que aportan calorías (todos los refrescos), los que llevan sustancias excitantes (las colas), las que llevan gases, y en general la inmensa mayoría de las bebidas industriales. Son recomendables, además del agua, que se convierte en fundamental durante el embarazo, los sumos naturales, preferiblemente los hechos en casa, que no llevan ningún tipo de aditivo. No se debe abusar del café ni del té, pero no están prohibidos. 

Es recomendable el consumo de al menos 2 l de agua al día, especialmente en los meses calurosos, con el fin de prevenir complicaciones tales como los cólicos de riñón, que son muy frecuentes en el verano, y las infecciones de orina.