La rubéola es una enfermedad contagiosa de origen vírico que se caracteriza por la aparición de unas manchas de color rosa pálido que se presentan progresivamente en el rostro, el tronco y los miembros, una fiebre ligera, cierta hinchazón de los ganglios del cuello y, a veces, un resfriado. Estos síntomas pueden llegar a no presentarse o ser tan leves que con frecuencia la enfermedad pasa desapercibida. El período de incubación es de dos o tres semanas, tras el cual se manifiesta la enfermedad durante dos a cinco días. Una vez que se supera, el paciente queda inmunizado de forma permanente.

Cuando la rubéola infecta a una mujer en los primeros meses del embarazo, el virus puede atravesar la placenta y dañar al embrión, provocando malformaciones que pueden llegar a ser muy graves. 

• Prevención 

La mejor manera de saber si la mujer ha padecido la enfermedad antes de quedar embarazada y que, por tanto, está inmunizada, es practicar la prueba de la rubéola. Si la mujer presenta anticuerpos antirrubéola es signo de que ha estado anteriormente en contacto con el virus, bien de forma natural o por una vacunación oportuna. Se considera que existe inmunidad cuando la tasa de anticuerpos es superior a 1:64. Si la tasa está por debajo de esta cifra es aconsejable vacunarse.

En caso de que la enfermedad se esté desarrollando, o si la mujer acaba de recibir la vacuna, debe evitarse el embarazo durante al menos seis meses.

La mayoría de la población pasa la rubéola durante la infancia, por lo que los niños son los principales portadores del contagio. Las mujeres que ya tienen hijos o que trabajan con niños, deben someterse a controles antes de quedar gestantes.

Los calendarios de vacunación españoles recomiendan administrar la vacuna antirrubéola a las niñas de once años. No obstante, la vacunación no siempre proporciona una inmunidad suficiente, por lo que es aconsejable que al llegar a la edad adulta y antes del embarazo se realicen ulteriores controles.

La vacuna no puede aplicarse cuando la mujer ya está embarazada, ya que el virus atenuado que hay en la vacuna puede dañar al embrión. Si se comprueba que una mujer embarazada no es inmune, deben realizarse rigurosos controles durante el primer trimestre de la gestación, y proceder a la vacunación inmediatamente tras la finalización del embarazo, durante la lactancia incluso.